«Trocha es camino de monte. Cuando se hace para unos guerreros, es trocha militar. Hanse denominado trochas en la guerra de Cuba las líneas militares formadas con objeto de resguardar de las fuerzas insurrectas una parte de aquel territorio, ó para impedir el paso de sus partidas á determinadas zonas». [1]
Con el fin de limitar la actividad de los rebeldes cubanos entre el Oriente y Occidente de la isla de Cuba, así como para controlar el territorio (en el marco del largo conflicto que tendría su punto y final en 1898) se construyeron una serie de fortificaciones a lo largo de toda la isla, entre las que cabría mencionar las líneas y trochas militares. Entre las principales, cabría destacar: [2]
Las dos más conocidas son la trocha de Mariel-Majana, situada al oeste de la capital aislando la provincia de Pinar del Río; la otra, de mayores dimensiones, era la trocha del Júcaro-Morón y dividía la isla en dos mitades desde las localidades de Júcaro en el sur a Morón en el norte.
Una tercera trocha, inconclusa, sería la de Bagá-Zanja situada al este de la trocha del Júcaro y que de haberse finalizado su obra también debería de haber alcanzado ambas costas (norte y sur) de Cuba.
LA TROCHA DE MARIEL-MAJANA.
La de Mariel-Majana tenía como finalidad fundamental en el año de 1895 aislar a Maceo en la provincia de Pinar del Río e impedir que abandonara la misma.
Esta trocha comenzó siendo, en un primer momento, solamente una sucesión de trincheras y blocaos [3] («blockhaus») de madera, conformando una débil línea defensiva.
Sin embargo el general Valeriano Weyler, posteriormente, ante el cruce de la misma por Quintín Banderas (cumpliendo órdenes expresas de Maceo), se decidió a reforzar su trazado con la construcción de más trincheras y blocaos al punto de hacerla llegar hasta ambas costas, contruyendo el fuerte de Majana y destinando en cada extremo de la línea un cañonero para que ejerciera la vigilancia costera a ambos lados de la línea.
Era conocida también con las denominaciones de «trocha de Mariel-Artemisa» o como la «trocha de Arolas», por haberse llevado a cabo su construcción durante el mandato de éste general.
Esta trocha constituía la base de partida del Ejército Español para operar contra Maceo en Pinar del Río y se vió reforzada con la realización de una segunda línea al este de ésta cuyas bases principales se establecieron en Alquízar, San Antonio de los Baños, Punta Brava y Hoyo Colorado.
En Artemisa, localidad situada al norte de la ensenada de Majama, se estableció el Mando de la trocha. Éste quedaba comunicado por vía telegráfica con las posiciones más importantes para así agilizar la respuesta militar en el caso de producirse un ataque o intento de sortear la línea por parte de las partidas insurrectas que operaban en la provincia.
En su construcción se atravesaron tres tipos diferentes de terreno:
La trocha finalizaba en la localidad de Desengaño, ya que en los kilómetros que restaban hasta alcanzar Majana «no hay más que unas extensas marismas en las que fué preciso establecer un puente ó pasarela que sirviese de vía de comunicación entre los diferentes fuertes que en la Ciénaga se situaron asegurando la debida vigilancia» [5]
La construcción del puente que se menciona fue realizado con tablas de pino sobre caballetes, aunque también se llegó a utilizar en algunos tramos como material de construcción la palmera.
Esta pasarela tenía una anchura de metro a metro y medio encontrándose a un metro sobre el nivel de la ciénaga.
La trocha de Mariel-Majana contaba con los inconvenientes de «ser un constante peligro para la salud de la tropa, contínuamente atacada por el paludismo, de que era foco la ciénaga, y haciendo un penoso servicio, no sólo por la calidad y cantidad del mismo, sino por la plaga de todas variedades de mosquitos...» [6]
El Médico Mayor del Ejército Español D. Jaime Mitjavila y Ribas describía su construcción en los siguientes términos:
«Había dos líneas de fuertes; unos avanzados, á quinientos metros de la carretera, y otros, en los mismos lindes de ésta: los fuertes, perfectamente construidos por el Cuerpo de Ingenieros, eran blokaus de madera, como su nombre indica, rellenos de tierra, con piso alto y bajo, dos líneas de fuegos y capaces para alojar unos treinta hombres de guarnición. A ambos lados de la carretera y en la mayor parte de su extensión se elevaba una trinchera y á cada veinticinco ó treinta metros existían abrigos, que servían de albergue a los centinelas». [7]
El terreno sobre el que se asienta es el gran condicionante de las características constructivas de la línea, solventadas con éxito por el Cuerpo de Ingenieros; la trocha queda conformada por tres zonas —o «trayectos», tal y como las denomina el Primer Teniente D. Teodoro F. Cuevas en su obra— con sus propias peculiaridades defensivas:
Su construcción, llevada a cabo en un terreno tan sumamente complicado, supuso un coste que sobrepasó los 200.000 pesos, «que vinieron a resultar por muy cerca de ocho mil pesos, cada uno de aquellos 32 kilómetros de trocha».
Para el servicio de guarnición se organizó una división al mando del General D. Juan Arolas contando con unos efectivos de 13829 hombres por término medio mensual [9],
llegando a alcanzar la cifra máxima de 16015 soldados, siendo el menor número de hombres destinados en ella el de 10625 individuos de tropa.
Este número tuvo oscilaciones bastante considerables según las necesidades de la campaña
Todo este dispositivo y despliegue no impidió, sin embargo, que la trocha fuese sorteada hasta en 52 ocasiones por una comisión insurrecta conduciendo correspondencia, ni que el propio Maceo, en compañía de su Estado Mayor atravesara la bahía de Mariel en 5 viajes llevados a cabo en la tormentosa noche del 5 de diciembre de 1896.
LA TROCHA DE JÚCARO-MORÓN.
La construcción de esta trocha no fue nada sencilla, debido igualmente a las características del terreno, pues en algunos puntos estaba constituido por ciénagas, principalmente en los 10 kilómetros que separaban Júcaro de Domínguez. Se iniciaron las obras en 1869, «talándose una faja de monte de 200 a 400 metros de ancho, siguiendo en la mayor parte de su longitud el antiguo camino de Morón al Júcaro, intransitable, como todos los de la isla, en tiempo de aguas». [10]
La idea de su construcción corre a cargo de D. Francisco González Arenas para proteger Las Villas siendo el general Blas Villate de la Hera, Conde de Valmaseda, quien propone al Ministro de Ultramar de la Corona Española la construcción de una trocha o línea fortificada desde el puerto de Júcaro en la costa sur, hasta el poblado de Morón en la costa norte del territorio. [11]
La trocha contó en un primer momento con 17 fuertes, destinándose a su guarnición poco más de 5.000 soldados, contando -además- con 10 piezas de artillería.
Al término de su construcción, el descontento evidente por el resultado de la misma hace que Camps y Feliú deje constancia de que «Aunque el gasto y el trabajo fueron grandes, quedó tan mal que dicho señor, al verla, dijo: Ésto no es trocha, ni línea militar; es una mala estacada que para nada sirve». [12]
Con el fin de mejorarla se acometieron poco después nuevas obras, y ya en los primeros meses del año 1874 el ferrocarril llegaba muy cerca de Ciego de Ávila.
El General Concha, por su parte, y tras reconocer sobre el terreno el trazado de la línea, también dejó constancia de su negativa opinión sobre la misma, escribiendo que «Sobre un trayecto de 62 kilómetros se habían constituido puestos militares y construido pequeños fuertes á 1.500 y 1.800 metros de distancia unos de otros, pero sin que se viesen entre sí porque lo impedía el bosque y la manigua que la atravesaba en casi su total longitud, y sin más estaciones telegráficas que las de Ciego de Ávila y Morón. Cada uno de esos puestos militares consistía en un bohío más ó menos grande y rodeado de una trinchera generalmente formada de pedazos de palma (...). Del Ciego á Morón no había más que unos cuantos intervalos con estacada». [13] Para mejorar las defensas de la trocha, ordenó el General Concha que se colocasen 100 kilómetros de alambre eléctrico; la construcción de fuertes como los construidos en la trocha del Este (la trocha de Bagá-Zanja) que estuvieran a la vista entre sí; la continuación de la línea de ferrocarril hasta Morón y la rectificación y mejora del camino paralelo a la trocha para evitar que se enfangase y tornase impracticable en época de lluvias. En Domínguez, La Redonda y Piedras había campamentos con capacidad para mil hombres y cuya función principal era la de acudir «al sitio por donde el enemigo quisiese romper».
Sobre esta estructura se elevaba una garita central de 10 metros de altura, cuyos pies derechos descansaban sobre el terreno. se accedía por una compuerta con parapeto de carriles y en ella estaba instalado el sistema de iluminación.
Este estaba protegido por unas planchas de acero que se podían levantar y bajar para proyectar la luz. En el segundo piso había 5 matacanes en cada cara, «que baten hasta el piso mismo de la obra y el parapeto de mampostería á 1m,20». Es aquí donde se encuentran los tubos de deposito de oxígeno, en número de dos, y el aparato telefónico.
El proyector instalado en la garita central consistía en un depósito con una esponja empapada en gasolina «á través de la cual pasa una corriente de oxígeno que sale por un mechero con tubo capilar, donde se enciende chocando con una barra de cal, que se pone incandescente y arroja una luz de gran intensidad, la cual es recogida por una poderosa lente de 40 centímetros de diámetro». [14]
Cada una de ellas podía iluminar en un radio de 1 kilómetro, por lo que durante la noche las torres encendían sus luces de manera alterna: unas noches las torres pares y otras las torres impares.
El ferrocarril contaba, en 1883, con 59 kilómetros de longitud y con un ancho de vía de 1,44 metros, prolongándose 3½ kilómetros hasta los esteros de Morón al norte de dicha localidad.
En la localidad de Júcaro existía un almacén y un muelle; en Ciego de Ávila una estación de madera y en Sandoval y Morón sendos apeaderos.
El Parque Móvil con el que se había dotado la trocha constaba de:
En el año 1.875 todo el sistema defensivo estaba estructurado en tres escalones defensivos que estaban custodiados por unos 10.000 soldados.
El primer escalón, a vanguardia de la trocha y de forma casi paralela a ella, se ubicaba la línea de puestos avanzados ocupados por la caballería.
No ocupaba ésta, la caballería, obra fortificada alguna, situada siempre en los cruces de caminos y veredas que conducían de Camagüey a la parte occidental de la isla. Su misión, de vigilancia constante, le permitía dar aviso a las fuerzas de la trocha situadas a su retaguardia, en el momento de la aparición de alguna fuerza enemiga. «Á esta línea ideal llamaban trocha camagüeyana, y era verdaderamente una trocha volante y activa que impedía el cruce de la otra por sorpresa».
El servicio realizado por estas fuerzas de caballería, importante a la par que penoso en palabras de G. Reparaz, contaba con «unos 2.000 caballos, cuya fuerza se dividía en cuatro grandes guerrillas de 500, y éstas en 13 secciones, que buscaban para acampar los sitios de pasto y aguada».
Cada una de las 13 secciones se dividía, a su vez, en grupos de 3 jinetes que, juntos o algo separados entre sí, se dedicaban a vigilar la vereda que tenían asignada, no pudiendo alejarse del punto que tenían señalado «como de partida» más de 500 metros.
Un cabo o un sargento, junto a dos jinetes, estaban encargados de recorrer las zonas en las que patrullaba cada sección, llegando a hacerlo en ocasiones también el comandante del puesto.
Como norma general, jamás se acampaba dos noches seguidas en el mismo lugar, para así evitar sorpresas; el relevo de cada grupo se efectuaba durante el día a intervalos de cuatro horas y de noche tan solo una vez, siendo la hora de efectuarla las 12 p.m.
«Si por cualquier parte era sentido el enemigo, dos de los soldados corrían á dar aviso á la trocha de retaguardia, y el tercero al jefe de la sección de que dependía. Éste montaba luego á caballo y dirigíase al encuentro de la fuerza invasora, atacándola si se consideraba superior á ella, ó replegándose al puesto que conviniese si se creía inferior». [17]
El segundo escalón estaba constituido por la propia trocha, que poseía ya en ese momento 60 fuertes que podían albergar 200 soldados y que se comunicaban entre sí por medio de señales, protegidos por blocaos, alambradas, estacas y numerosos obstáculos.
Los fuertes de Júcaro, Ciego de Ávila y Morón se comunicaban además por línea telegráfica.
El tercer escalón lo constituía una línea de fuertes situados al oeste de la trocha, en Chambas, Marroquí, Lázaro López y Arroyo de los Negros.
Sin embargo, a la llegada del general D. Valeriano Weyler a Cuba en 1896 parace que de todo ese entramado defensivo no queda más que el nombre y algunas ruinas: «A la llegada del general Weyler no existían vestigios de la trocha antigua; sólo se encontraban á lo largo de la vía férrea, en dos ó tres puntos á lo sumo, restos de cimentación de edificios de mampostería, de planta cuadrada de 1m,50 de lado, cuyo destino no se concibe fuese otro que el de los abrigos para escucha actuales, pero teniendo la mitad de superficie que estos últimos». [18]
Para reforzar las defensas de la trocha en esta última y definitiva etapa de la guerra, se planificaron dos tipos de obras: las de carácter permanente, destinadas a cumplir servicios también en períodos de paz y las de carácter pasajeras, que prestarían servicios tan solo durante el tiempo que durase la guerra.
Entre las primeras estaban las torres o fuertes, debiendo construirse una en cada kilómetro de la trocha, de manera tal que hubiese contacto visual entre ellas. En períodos de paz deberían de contar tan solo con dos o tres hombres para atender su servicio.
Cada 10 kilómetros se contruiría un cuartel defensivo donde se alojaría la compañía que tuviera a su cargo el servicio sobre las 10 torres de ese tramo, y en cada una de las líneas del norte y al sur se construiría un cuartel con capacidad para alojar dos compañías completas, sirviendo de cabecera de batallón para alojamiento del que tuviera a su cargo cada una de las líneas.
Para nombrar todas estas estructuras de carácter permanente se recurrió a utilizar el punto kilométrico en el que se habían de construir en sustitución de la nomenclatura anterior basada en el santoral o la toponimia. De este modo, las torres o fuertes se numeraron desde la «torre 1» hasta la «torre 68». Para los cuarteles cabecera de compañía se eligieron como emplazamientos los puntos medios de la distancia existente entre las torres cuya cifra terminaba en 5 y 6 (en los puntos kilométricos 5 ½, 15 ½, 25 ½ etc, tal y como queda indicado más arriba). Los cuarteles de cabecera de batallón de la línea Sur se establecieron en el kilómetro 15 ½ y el de la línea Norte se quedó establecido en el kilómetro 45 ½.
Con la dirección de las obras a cargo del comandante de Ingenieros Don José Gago, los fuertes alcanzan un ritmo de construcción constante, quedando la protección de los trabajos a cargo de las fuerzas procedentes de los batallones de Reus, de Alfonso XIII y del provisional de Puerto Rico.
Estos trabajos, llevados a cabo por el Cuerpo de Ingenieros, se suceden sin interrupción mediante 14 brigadas de operarios en un número cercano a los 9000 hombres, que se organizan, según se lee en «El Correo Militar» del miércoles, 12 de agosto de 1896, de la siguiente manera:
Personal: Ocho albañiles, cuatro batidores, tres carpinteros y 20 peones de Infantería.
Objeto: Abre los cimientos, construyéndolos, así como el terraplén inferior de 0,60 metros de altura y deja establecida en aquellos la alcantarilla para el pozo negro é instala el tuvo ó cañería para el agua.
Personal: Seis albañiles, diez batidores de mortero, dos carpinteros de Ingenieros y un paisano.
Objeto: Construye las mamposterías en el primer encopado hasta la altura de 1,20 metros.
Personal: Ocho albañiles, ocho batidores, dos carpinteros, 16 peones de Infantería.
Construye las mamposterías desde el arranque de los pilares de los matacanes hasta la parte superior de las aspilleras en una altura de 0,80 m.
Personal: cuatro albañiles, 16 batidores, dos carpinteros, de Ingenieros, y 25 peones de Infantería.
Construye las mamposterías hasta el piso superior, á cuyo nivel están los matacanes, en una altura de un metro, y coloca las vigas del piso, para lo que se utilizan los carriles viejos de la vía férrea.
Personal: cuatro albañiles, 14 batidores, dos carpinteros y 25 peones de Infantería. Construye el parapeto del piso superior, coloca la puerta de acceso de la entrada, los pilares de las esquinas, pies derechos de la cubierta y entramado de ésta.
Personal: Cinco carpinteros, paisanos, cuatro de Ingenieros y 20 peones de Infantería del batallón Alfonso XIII.
Termina todos los trabajos de carpintería, en los que se incluyen los pisos del fuerte y de la garita y coloca las planchas de hierro de las cubiertas del fuerte y de la garita.
Están mandadas por el capitán de Ingenieros D. Joaquín Chalóns y García y primer teniente del mismo cuerpo D. Juan Lara y Alhama.
Componen cada una de aquéllas 10 albañiles y 20 peones del batallón de Reus. Objeto: Repello y enlucido de todos los paramentos interiores y exteriores del fuerte.
Personal: Un albañil, paisano, un mecánico de los talleres y 14 peones de ingenieros.
Construye el pozo absorvente de la letrina, instala el inodoro y hace el sifón para la entrada del agua, é instala también dentro del fuerte la tinaja en que aquella se deposita.
Tendrá la misión de desarmar las casetas de protección una vez terminado cada fuerte y trasladarlas á los puntos de nuevo emplazamiento.
Personal: Treinta individuos del batallón de Alfonso XIII.
Tiene á su cargo el tren de servicios de las obras para el abastecimiento de éstas y de su personal conduciendo la piedra, cal, agua, maderas, encofrados, cubiertas, arena, etcétera, á cada uno de los puntos de construcción en que se necsiten, teniendo necesidad de funcionar durante todo el día.
Se dedica á la reconstrucción de la vía férrea de Ciego de Ávila á Morón.
Consta de dos cuadrillas compuesta cada una de 12 individuos que se dedican ahora á terminar los trabajos de perforación de los pozos frente á igual número de fuentes.
Personal: Fuerza del batallón de Reus y 25 hombres de Ingenieros.
A más de la extracción de piedra se cuida del machaqueo de la que se precisa para la obtención de grava y hace los barrenos consiguientes en las canteras.
Para completar las mencionadas obras, de carácter permanente, se planificaron otras de tipo pasajero llegando a idearse la utilización de cinco líneas de torpedos del sistema Pfund-Schmit para cerrar los espacios entre las torres, colocados al tresbolillo, en número de 4500.
Sin embargo, el ensayo con los mismos no dió el resultado esperado, sustituyéndose por la construcción de espoletas eléctricas que fueron confeccionadas por la maestranza de Artillería de La Habana.
Para evitar que accidentalmente pudieran acceder animales domésticos en este entramado defensivo, los torpedos se colocarían formando un rombo delimitado por alambre, donde «los extremos de la diagonal mayor de ese rombo estarían en las torres, y la menor tendría 100 metros de longitud, donde se acumularían mayor número de torpedos, por ser la máxima distancia de las torres». [19]
Cada torre contaba con una guarnición fijada en 12 hombres, cuyo número podía aumentar en virtud de las necesidades generadas por las operaciones, y se proyectaron una serie de campamentos para alojamiento de la tropa destinada a guarnecer los tramos de 10 kilómetros que les correspondía, protegiéndose el perímetro de los mismos con parapeto de tierra revestido en su interior por una estacada de jiquí –un tipo de madera muy dura de la isla–, con una capacidad para albergar 250 hombres.
El emplazamiento de estos campamentos se estableció en los puntos kilométricos cuya cifra terminaba en 0 ½. De esta manera, se proyectaron en los kilómetros 10 ½, 20 ½, 30 ½, 40 ½ y así sucesivamente.
Finalmente, se comunicó toda la trocha telefónicamente instalando en cada torre un aparato telefónico que enlazaba cada cinco de las mismas con el campamento del que dependían y con el inmediato.
Los campamentos, a su vez, quedaban comunicados entre sí y entre las poblaciones de Júcaro, Ciego de Ávila y Morón, por medio de otra doble línea telefónica. Quedaba asegurado, de este modo, que cualquier punto de la trocha atacado estaba en condiciones de comunicar inmediatamente esta circunstancia.
Se acometió finalmente, durante el mandato del general D. Valeriano Weyler, la obra para extender la trocha a través de la laguna de La Leche y la isla de Turiguanó, en el norte, puntos estos que habían carecido de obras de fortificación en los años precedentes quedando abierta una brecha importante. El vado existente entre la costa y la isla de Turiguanó, que podía ser sorteado con relativa facilidad, se protegió mediante tres estructuras y con otras dos el punto denominado «Manatí».
Otras dos estructuras se llevaron a cabo para proteger la desembocadura del estero en la laguna grande, estableciéndose campamentos en Hato Principal, Sabana Grande y Ojo de Agua. Finalizadas estas obras, se acometió la construcción de un terraplen para la línea férrea de Morón a la laguna, siendo este un trabajo muy penoso para los soldados que la realizaron, ya que llegaron a tener que trabajar en algunos tramos envueltos de agua y fango.
Finalizado dicho terraplén dió comienzo el tendido de la vía y la construcción de las ocho torres que restaban desde Morón a la laguna, siendo especialmente dificultoso el emplazamiento de la torre número 68 por estar cimentada directamente sobre el fango.
Cada campamento se dotó de un tablero con ruedas que podía ser fácilmente transportado por varios hombres hasta la vía y de esta manera cada campamento podía llevar los suministros que precisaban las tropas que guarnecían los 5 kilómetros de su responsabilidad; de esta manera, los trenes no debían detenerse en los campamentos a menos que fuera necesario.
El batallón de Ferrocarriles se vió reforzado con una compañía de Ingenieros para encargarse del servicio de los teléfonos y proyectores de luz de toda la línea.
Este servicio quedó cubierto con dos operadores destinados a cada estación en los campamentos, poblados y torres. Unos 15.000 soldados de infantería y 26 cañones de diversos calibres formaron parte de esta obra defensiva, encuadrados en las fuerzas que componen la guarnición de la trocha de Júcaro-Morón. Estas fuerzas, en el momento en el que el general Weyler asume el mando de la Capitanía General de la isla de Cuba, están compuestas por 1 Brigada [20] y 1 Comandancia de Ingenieros [21] situada esta última en la localidad de Ciego de Ávila.
Finalizados los trabajos en 1897 quedaba completada la línea con 68 fuertes separados 1 kilómetro entre sí; en el punto medio entre cada torre se instaló un blocao totalizando 67 de estas estructuras; en el espacio entre el blocao y la torre inmediata se construyeron tres abrigos para los escuchas, a una distancia de 125 metros entre sí para que cuando se instalasen los proyectores se pudiesen dejar desguarnecidos dos de los tres puestos, quedando operativo el central entre cada blocao y torre a 250 metros entre ambas construcciones mencionadas, resultando un total de 401 puestos de escucha. Se habían empleado un total de 140.000 estacas en su elaboración y 3.600 kilómetros de alambre, removiéndose en la construcción de todos los edificios más de 11.000 m³ de tierras.
El general Weyler describía de esta manera la fortificación de Júcaro-Morón:
«El 24 de abril de 1.897 se terminaron los tres fuertes de la Isla de Turiguanó, que cerraban el paso y se colocaron posteriormente lanchas con alambradas que lo cerraban también en la Laguna de la Leche, (...) constituyendo así una línea contínua de Sur a Norte que cerraba el paso de Oriente a Occidente.
(...) Los fuertes o torres estaban construidos de kilómetro en kilómetro, habiéndo entre cada dos torres un pequeño blocao, cerrado con parapeto, y en los intervalos de torres y blocaos, seis escuchas, también con parapeto y cubierta de cinc.
En el centro de cada 5 kilómetros había un cuartel para la cabecera de la compañía que cubría ese trayecto(...).
Como Ciego de Ávila estaba en el kilómetro 27, a partir de Júcaro, y Morón en el 61, puede decirse que cada compañía cubría unos 5 kilómetros y cada batallón 31. La laguna de la Leche, extremo de la línea, estaba en el kilómetro 68, o sea, a 7 de Morón. Ciego de Ávila podía considerarse el centro de la línea y tenía allí 6 piezas de montaña en plataformas, con todo su material, para ser conducidas por aquel ferrocarril al punto de la línea que fuese atacado por el enemigo, con la mayor rapidez. La línea o trocha estaba precedida por Oriente, que era su vanguardia o campo de peligro o ataque, por una alambrada de púas de 6 metros de ancho(...).
El 8 de abril se ensayaron los aparatos de iluminación con éxito superior a lo que se deseaba, (...) por lo cual y para economicar, sólo se encendían las torres impares. Todas tenían agua(...). Cada torre debía ser guarnecida o cubierta por 8 hombres con un cabo, y los blocaos y escuchas por 4.»
LA TROCHA DEL ESTE O DE «BAGÁ-ZANJA».
La trocha de Bagá-Zanja, también conocida como la trocha del Este, se había proyectado para cubrir una distancia de 94 kilómetros desde Bagá en el norte hasta el estero de la Zanja en el sur. Sin embargo, solamente se finalizaron 52 kilómetros tras un esfuerzo humano ingente y que a su vez supuso un gasto desproporcionado. Su construcción, que corrió a cargo de unidades de Ingenieros, dió comienzo durante el mandato del Capitán General Francisco de Ceballos.
Tenía como finalidad impedir el paso de los insurrectos del Oriente hacia Camagüey y para llevarla a cabo «se empezó por trazar una línea que aunque era lo más recto posible, tenía 22 leguas del pais contadas de Puerto del Bagá en la costa del Norte, hasta el estero de la Zanja en la Sur». [22]
Se procedió al chapeo y limpieza de una faja de terreno de entre 40 y 50 metros de ancho y en ese intervalo limpio de vegetación se llevó a cabo la construcción de torres de madera de dos pisos.
Entre cada dos torres se colocó un pequeño fortín, protegiendo todo el sistema mediante una estacada de palos gruesos de al menos tres metros de altura: 1 metro clavado en el terreno y 2 metros sobresaliendo. La estacada se aseguraba mediante un entramado de cable telegráfico destinado a resistir cualquier intento de cortarlo a golpe de machete.
A retaguardia de la trocha se proyectó una línea de ferrocarril mientras que «a vanguardia no llegó á hacerse nada, aunque es de suponer se pensaría establecer una línea de observación, parecida á la de la trocha del Júcaro.
Los fuegos de fusilería de las obras de defensa de esta línea, no se cruzaban ni ellas se habían construido á propósito para tener artillería. Además, como en la parte de la Isla en que estaba, abundaban mucho los bosques, las piezas no podían tener campo de acción, á no chapear una gran zona». [23]
La de Bagá-Zanja se trataba de uno de los peores destinos a los que se podía acceder en Cuba, pues su trazado se encontraba situado en una zona muy insalubre y pantanosa; y a éste hecho había de sumársele otro más: los oficiales al mando de las distintas unidades destacadas en sus fuertes solían caer en la desidia y el alcóhol, produciéndose así graves problemas de disciplina.
Parece, pues, que el Ejército utilizaba algunos de sus puestos como destino de castigo para los oficiales pendencieros y problemáticos, como se deduce de las palabras del insigne D. Santiago Ramón y Cajal, destinado en ella al frente de la enfermería de San Isidro.
Ramón y Cajal nos deja una imagen terrible de ella: «El alcoholismo, sobre todo, hacía estragos en el ejército. Del coñac y de la ginebra, mejor aún que del vómito, podía decirse que eran los mejores aliados del mambís. Fumando de lo más caro, y bebiendo ginebra y ron a todo pasto, no era extraño que muchos jefes y oficiales decayeran física y moralmente. Además, retenidas las pagas, pasaban apuros económicos (...) De las deficiencias higiénicas de San Isidro certificaban, de una parte, la guarnición, casi siempre enferma en sus dos tercios, y de otra, el hecho singular de haber sido escogido dicho paraje –vasta sabana cruzada por ciénagas– como lugar de corrección de oficiales borrachos y calaveras. Uno o dos meses de destierro en San Isidro considerábase recurso heroico capaz de domar las más inveteradas rebeldías. Se decía, y no a humo de pajas, que, acabada la suave condena, los oficiales levantiscos gozaban la más dulce de las tranquilidades: los unos, por haber muerto; los otros, por yacer impotentes en el lecho del dolor». [24]
Esta trocha comprendía, además de las fortificaciones mencionadas, tres o cuatro hospitales de campaña; y en palabras de Ramón y Cajal, destinado como médico militar en la misma, «secuestraba, en una inmovilidad enervante, varios miles de soldados», en un número cercano a los 3000 hombres que no siempre estaban operativos, pues «Épocas hubo en San Isidro durante las cuales las tres cuartas partes de las guarniciones de la línea militar eran baja, atestando las enfermerías, por donde quedaban blockaus y fortines casi abandonados y merced del enemigo». [25]
Sobre la enfermería de San Isidro, lugar donde le cupo a Ramón y Cajal desarrollar su labor en la trocha del Este menciona este ilustre personaje que «La enfermería de San Isidro era uno de los varios hospitales de campaña anejos a la trocha militar del Este, la cual comenzaba en Bagá, pequeña población de la amplia bahía de Nuevitas. Emplazada en terreno bajo y pantanoso, ofrecía, si cabe, mayor insalubridad que Vista Hermosa, a la que llevaba solamente la ventaja de superior facilidad en comunicaciones y aprovisionamientos. Porque entre San Isidro y San Miguel de Nuevitas, la principal ciudad de la trocha, no lejos de Bagá, circulaba diariamente cierto tren militar o plataforma, como nosotros lo llamábamos». [26]
Ramón y Cajal protagonizaría un enfrentamiento con uno de los mandos de la fortificación, pues durante un ataque de las fuerzas mambisas, impediría que éste oficial introdujera en el hospital, junto a los enfermos y heridos, sus caballos.
Sometido a un consejo de guerra con posterioridad, saldría absuelto de los cargos que se le imputaban al tiempo que se cambiaba de destino al oficial que había protagonizado tan lamentables hechos.
Una vez al mes, desde Puerto Príncipe, se hacían llegar a los distintos puestos de la trocha las raciones y suministros necesarios para su mantenimiento, aprovechando para su protección el desplazamiento de diversas columnas de operaciones.
Durante el período que mediaba entre la llegada de los suministros mensuales, queda reflejado por Ramón y Cajal que «quedábamos absolutamente incomunicados con el mundo, siendo peligrosísimo aventurarse en el bosque más de un kilómetro, pues los mambises nos espiaban. Casi todos los días había tiroteo entre ellos y los centinelas». [27]
Una vez el general Valmaseda llegó a Cuba en sustitución del general Concha, ordenó que se abandonara esta línea, motivo por el que su trazado no llegaría a verse finalizado jamás.
![]() Planta baja de un fuerte de la trocha del Júcaro.
![]() Planta alta de un fuerte de la trocha del Júcaro.
![]() Trabajos de chapeo en la manigua. Año 1896.
![]() Puesto de escucha en la trocha de Júcaro. De «Biblioteca Virtual Bibliográfica».
![]() Construcción de un fuerte. Fotografía cortesía de Oscar Oquendo Mora.
![]() Almuerzo al Jefe y Oficiales de Ingenieros. De «La Ilustración Artística». Año 1897.
![]() Un fuerte restaurado en una localidad cubana. Fotografía cortesía de Oscar Oquendo Mora.
![]() Un fuerte en la línea fortificada de La Habana. De «La Ilustración Artística». Año 1896.
![]() Tramo conservado y reconstruido de la trocha de Mariel-Majana. Fotografía cortesía de Teodoro Rubio Castaño.
![]() Blocao de la trocha de Mariel-Majana. Fotografía cortesía de Teodoro Rubio Castaño.
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